
Pequeña, de contextura delgada y piel pálida, cabello negro como el azabache, ojos de color pardo "profundos", protegidos por sus lentes sin marcos que le daban un oque especial a su fina y suave faz. Ella, la única con la que había logrado crear cierto lazo de amistad, no porque mis compañeros me ignoraran o ago por el estilo, sino porque mi cerrada y apática personalidad me llevaba a alejarme de todos, excepto de ella, con aquella blanca sonrisa que logró penetrar desde la primera vez que se acercó a mi introvertido ser.
Mi celular sonó nuevamente con un nueo mensaje. Despertó mi interés y rápidamente alcé el teléfono a mi vista.
-"En el mismo lugar de siempre, pero trae contigo algo donde quepa tu vida"-.

-Quiero entregarte algo que no por mucho tiempo podré dar-, dijo mientras me tomaba entre sus frías manos, colocando en las mías un pequeño diario.- Este diario es un asunto aparte, pero quiero que escribas en él aquello que para ti valga mucho. No importa lo insignificante o pequeño que sea. Si vale para ti, anótalo. Un día comprenderás que esto valdrá oro ante tus ojos, pues tendrá tus deseos, sentimientos, cosas que no salen fácilmente de tu boca-.
La miré desorientado, no sabía que decir o hacer. Observé el diario, me dirigí hacia ella y le pregunté:
-¿Qué era lo que deseabas darme? No sé a qué te refieres con eso de algo que no por mucho tiempo podrás dar, ¡explícate!-.
Se acercó, pero no pude reaccionar a tiempo. Me abrazó, me acercó a sus labios y me besó como jamás lo pudo haber hecho alguien, y dudo que alguien pueda superar esa manera de traspasar tanto sentimiento en tan solo un roce de labios. Le respondí por inercia y la tomé en mis brazos. Tomó mi cara, me miró y acercó su boca a mi oreja derecha y susurró:
-Carpe Diem, amigo mío, Carpe Diem-.
Fueron los tres mejores meses de mi vida, viví más de lo que había vivido en estos diecisiete años. Experimenté y disfruté los días junto a ella; el primer beso, la primera cita, la primera relación estable, mi primer amor, etc. Desgraciadamente, la vida me la arrebató de un cáncer terminal, pero dejó huellas que nadie, ni Dios mismo podrá borrar. Sin ella...¿qué habría sido de mí?¿Seguiría siendo ese bicho raro en la escuela? ¿O habría conocido a alguien mejor que ella? No lo sé, quién sabe. Aún así, sigo viviendo. Por mí, por mi familia, por ella. Sus palabras me alentaron a hacerlo y no la decepcionaré.
Desde ese día comencé a disfrutar de los pequeños pero valiosos detalles. No pude negarme a aquella manifestación de dulzura, sencillez y complicidad con la que me invitaba a vivir el día a día como si no fuera a haber un mañana. "Carpe Diem, amigo mío, Carpe Diem"
No hay comentarios:
Publicar un comentario